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Septiembre 2025

Nací en Antofagasta, en medio del desierto y del horizonte abierto. Allí aprendí a escuchar el silencio y a mirar los fragmentos de piedra y vidrio como pequeñas memorias guardadas en la tierra.

No llegué al arte por un plan trazado, sino como quien entra en una conversación inesperada: con asombro, con la necesidad de decir y con la urgencia de sostener un gesto.

Soy especialista en mosaico y cerámica, esmalto mis propios azulejos y trabajo la materia con paciencia, convencida de que lo quebrado puede transformarse en encuentro. En mi taller, cada fragmento guarda una historia y busca reunirse con otros para construir algo mayor.

Me interesa el espacio público porque allí el arte deja de ser privado y se convierte en señal compartida. A través de murales, talleres y proyectos comunitarios he aprendido que lo más valioso no es la obra en sí, sino la experiencia de quienes la habitan.

No creo en el arte como adorno. Para mí es un acto vivo, un espacio de cuidado. He trabajado con niños, con mujeres y con comunidades diversas, siempre con la certeza de que crear es también una forma de amar.

Mi práctica es fragmentaria y a la vez total: mosaicos, cerámicas, pintura, performance. No me interesan las fronteras entre lenguajes, sino la posibilidad de atravesarlos para encontrar nuevas formas de decir.

Cada proyecto me recuerda lo cotidiano: amasar pan, compartir una mesa, escuchar la historia de otro. Lo sencillo se vuelve profundo cuando se hace con cuidado.

Me reconozco como una buscadora. Encuentro en el fragmento una metáfora de la vida misma: diversa, quebrada, múltiple, pero siempre capaz de unirse para crear sentido en común.