Amanece temprano en esta ciudad que no duerme del todo. Hoy es el día seis de trabajo y ya no hay vuelta atrás: este mosaico tiene que terminarse. Esa es la consigna, sin poesía. Y sin embargo, es precisamente en la repetición, en lo agotador, donde se esconde el ritual.
Estamos haciendo el retrato de José Palma «Don Pepe» periodista del pueblo. No tengo idea si lo conocí bien. Tal vez no le puse demasiada atención. Pero él siempre estuvo ahí. Saludaba, se acercaba, decía algo breve, y yo, muchas veces sumida en mis pensamientos, apenas lo registraba. Hoy, cada tesela que corto parece decirme: escucha mejor.
Dicen que no faltaba a los eventos culturales de Antofagasta. Dicen que siempre escribía algo, como si nada se le escapara. Hoy soy yo la que intenta fijarlo, no en palabras, sino en cerámica. En sombra. En textura. En ese ojo que ya empieza a mirarnos desde la mesa.
Con Gonzalo, el trabajo se hace a ratos pesado, mecánico. Pero así es la excelencia: insistente, paciente, testaruda. El desafío está en volver cada día a la obra, aunque el cuerpo pida tregua. Hacer es una decisión firme, concreta. No hay inspiración que sirva sin manos. La creatividad, como dice el viejo dicho, mejor que te pille trabajando.
Este no es un día glorioso. Es apenas un lunes. Pero es un lunes donde decidimos seguir. Seguir armando algo que quizás nadie nos pidió, pero que sentimos que es necesario. Un rostro. Una memoria. Un gesto para quienes sí pusieron atención.
Hoy no hubo grandes discursos, pero hubo silencio compartido. Y a veces, eso también basta.


