Artistas: Nanda Yasoda y Dominique Vispo
Ubicación: Ruinas de Huanchaca, Antofagasta, Chile – 22/02/2022
Materiales: Mosaico cerámico, concreto y fragmentos metálicos
Las Ruinas de Huanchaca, con sus muros monumentales y su vacío cargado de resonancias, son mucho más que un vestigio industrial. Funcionan como un cuerpo abierto donde las huellas del extractivismo siguen expuestas, donde la historia aún late en el concreto corroído y en la piedra que resiste. En este escenario, la obra Lo que está en la superficie se instala no como un adorno, sino como una interrupción: una grieta que fluye y se expande como derrame, como herida insistente que no se clausura.



El mosaico se despliega como metáfora del tiempo y de la memoria. Cada fragmento cerámico, ensamblado pieza por pieza, recuerda que toda historia se construye a partir de rupturas y recomposiciones. La técnica del mosaico, con su carácter paciente y acumulativo, opera aquí como contra-relato: frente a la inmediatez destructiva de la industria, emerge la lentitud creadora de la mano que recompone. Es un ejercicio de sanación que no borra la cicatriz, sino que la celebra como signo de permanencia y de aprendizaje.
El diálogo con el concreto y los restos metálicos no es casual. Lo duro, lo áspero, lo residual de la industria entra en tensión con la vibración cromática del mosaico. La grieta, hecha de color, se transforma en cauce: un río mineral que atraviesa las ruinas y las resignifica. Allí donde antes la plata era fundida y expulsada como mercancía, hoy se funden memorias, afectos y preguntas. El arte aparece como una segunda fundición: intangible, simbólica, capaz de devolverle vitalidad al despojo.
Yasoda y Vispo no idealizan el pasado ni romantizan la ruina. La obra no es un homenaje complaciente, sino un gesto crítico que señala la violencia de la explotación y, al mismo tiempo, la potencia de lo que sobrevive. El mosaico derramado recuerda que el desierto es un espacio herido, pero también fértil en narrativas, capaz de rehacerse desde las fracturas.
El título, Lo que está en la superficie, abre la pregunta: ¿qué queda realmente en la superficie de los relatos oficiales? ¿qué se esconde bajo las narrativas del progreso? La grieta invita a leer lo que permanece invisible: los cuerpos que trabajaron, las comunidades que resistieron, la memoria colectiva que nunca se termina de borrar.
La obra, en su conjunto, se vuelve un manifiesto poético y crítico. En lugar de sellar la ruina, la abre. En lugar de clausurar la historia, la interroga. La superficie no es aquí un límite, sino un umbral: el espacio donde lo visible y lo oculto se encuentran, donde lo roto se vuelve posibilidad, y donde la memoria se reinventa como un proceso vivo, siempre en movimiento.


