Día 5 en Chicago
18 de junio de 2025
Una residencia de arte contemporáneo no es solo un espacio para producir. Es una forma de vivir el pensamiento desde el cuerpo, desde la interrupción de lo cotidiano, desde el desplazamiento. Estar aquí no se parece a llegar a un lugar nuevo: se parece más a verse de nuevo en un espejo distinto. Uno más grande, más nítido, más incómodo también.
Estos días me han hecho pensar que crear no es acumular obra, sino desmontar capas. Observar lo que uno arrastra. Preguntarse desde qué lugar se está mirando, qué se está tocando realmente con lo que se hace. Una residencia te saca de los automatismos. Te saca del apuro. Y entonces aparece el silencio, el desorden interno, las preguntas que no sabías que llevabas.
No vine a terminar un proyecto. Vine a abrir un espacio. A ensayar otra forma de pensar con las manos. De volver al dibujo intuitivo, al collage como juego primario, al fragmento como unidad de sentido. Dejar de perseguir la pieza terminada para detenerme en el proceso. Eso, que a veces en el mundo real no tiene tiempo ni lugar.
Pero el arte contemporáneo no busca resultados, sino experiencias de sentido. No busca decir verdades, sino provocar movimiento. Y esa exigencia también es un tipo de incomodidad: dejar de agradar, dejar de explicar, dejar de resolver.
Hoy entendí que estoy aquí no para mostrar algo, sino para dejarme afectar. Para permitir que este espacio, este idioma, este otro ritmo, transformen mi manera de mirar. No sé todavía qué forma tendrá eso, pero ya lo siento dentro del cuerpo.
Chicago – Día 2 · 12 de junio de 2025
Hoy ha sido uno de los días más agotadores… y a la vez, de los más felices de mi vida.
Me había olvidado de la libertad de viajar sola, de perderse en un país distinto, de pasear por el mercado, de entablar conversación en restaurantes y de dejarse sorprender en los bares. Pero hoy todo eso quedó postergado: me entregué al taller durante ocho horas.
Empecé a las diez de la mañana junto a Karen Amy, una verdadera experta en mosaico contemporáneo. Con ella compartí un desayuno y un buen café, y descubrí historias tan parecidas a las mías que fue como mirarme en un espejo. Luego, nos aventuramos a conocer Chicago: ¡qué ciudad tan hermosa! Sus calles, su ritmo, su gente…
A las tres de la tarde regresé al taller, y allí seguí, inmersa en teselas y colores. Con estas condiciones… creo que podría vivir aquí para siempre.
El mundo hoy — 15 de junio de 2025, desde Chicago
A veces uno se pregunta si de verdad hemos aprendido algo. Mientras avanzamos en tecnología y descubrimientos, seguimos tropezando con las mismas piedras: la violencia, el poder, la indiferencia frente al sufrimiento de otros.
Hoy el planeta está inquieto.
En Medio Oriente, Israel e Irán volvieron a cruzar los límites. Bombardeos, drones, misiles. Vidas que se apagan, familias que quedan partidas en dos. Los líderes hablan de estrategias; la gente común cuenta muertos.
Los mercados, tan sensibles al dolor humano cuando afecta los números, reaccionan. Sube el petróleo, sube el oro, baja la tranquilidad. Los bancos centrales hacen cuentas, pero no pueden calcular el vacío de las ausencias.
Mientras tanto, los grandes del mundo, los del G7, se sientan a conversar en Canadá. Se reparten culpas, se negocian intereses, y se estiran debates antiguos: China, Rusia, el petróleo, las sanciones. Mucho en juego, pero siempre los mismos sentados a la mesa.
En Gaza, otra historia conocida. Una flotilla de ayuda humanitaria es interceptada antes de llegar. Los niños de siempre siguen esperando agua, comida y un poco de futuro. Los gestos solidarios chocan contra los muros de la política.
En Los Ángeles, miles de migrantes marchan pidiendo lo más básico: no ser tratados como delincuentes. Son rostros anónimos buscando un lugar donde sus hijos puedan dormir tranquilos.
Más lejos, un globo aerostático cae en Turquía dejando muertos; en Australia, la búsqueda de una joven desaparecida termina de forma trágica. Pequeñas historias para los noticieros, tragedias gigantes para quienes las viven.
Y mientras tanto, en Niza, algunos líderes intentan acordar cómo cuidar los océanos, esos que a veces olvidamos pero que nos sostienen la vida. Manglares, corales, aguas llenas de vida… y de basura.
El mundo sigue. A ratos avanza, a ratos retrocede. Desde aquí, desde Chicago, observo todo esto con la misma mezcla de asombro y tristeza. Nosotros, pequeños en medio de tanto, seguimos el camino con la esperanza de que, algún día, la humanidad sea más grande que sus miedos.
Día 1 — La travesía de llegar a Chicago
14 de junio de 2023
Viajar siempre es mucho más que trasladarse de un lugar a otro. Es entrar en un estado de suspensión, donde el tiempo se estira y los espacios intermedios los aeropuertos, las esperas, los cielos infinitos se convierten en territorio de reflexión.
El viaje a Chicago fue largo. Muchas horas de vuelo, conexiones y escalas. Aeropuertos inmensos, pasillos interminables, idiomas que se cruzan sin cesar. Uno podría pensar que en esos trayectos lo que más pesa es el cansancio físico, pero es la mente la que va haciendo su propio tránsito, desarmando pensamientos, ordenando silencios, dejando espacio para lo que está por venir.
Finalmente, la ciudad me recibió con su energía vibrante, su luz que resiste el anochecer, su ritmo constante de movimiento y encuentros.
Al llegar a la residencia, el primer abrazo confirmó lo que tantas veces he experimentado en estos procesos: lo más valioso de cada viaje no es la distancia recorrida, sino la intensidad del presente que se abre.
Mañana comienza el trabajo, la inmersión, el diálogo con otros lenguajes y miradas. La residencia es un espacio que no sólo permite la creación, sino también el vaciamiento necesario para que lo nuevo encuentre un lugar donde habitar.
Hoy comienza, más que un proyecto, un proceso. Un tiempo de escucha, de observación y de transformación. Estos espacios no son sólo vitrinas, son territorios fértiles donde la obra, inevitablemente, se ve atravesada por lo humano, lo cotidiano, lo imprevisto.
Aquí estoy. Lista para lo que el viaje me proponga. Al final, es allí —en lo que no estaba planeado— donde suelen ocurrir las verdaderas revelaciones.
Bitácora de residencia – 4 días antes de partir
Faltan solo cuatro días para embarcarme rumbo a Chicago, y lo que se mueve no es solo la maleta: es el cuerpo, la mente, la memoria entera. Me preparo para algo que no sé del todo cómo nombrar, pero que intuyo como un tránsito profundo, un cruce entre territorios y lenguajes.
Esta residencia en The Chicago Mosaic School llega en un momento donde la práctica se ha vuelto más viva que nunca: acabamos de cerrar un proceso intenso y conmovedor en la Escuela de Bomberos de Antofagasta, donde el mosaico no fue solo una obra, sino un espacio de encuentro, de transmisión y de agradecimiento colectivo.
Viajo con todo eso encima. Con los rostros de quienes participaron, con los gestos que compartimos, con los fragmentos que se unieron. Pero también viajo con la voluntad de vaciarme un poco. De dejar espacio para lo nuevo. De permitir que el entorno me transforme.
Cuatro días. Solo cuatro. Y ya estoy allá en parte.
Pensando en cómo este lenguaje —hecho de trozos, de materiales humildes, de tiempo lento— puede ser también una forma de conexión entre lo que fui, lo que soy y lo que vendrá.

