Título: «Donde el mar sostiene el silencio»

Hay lugares en el mundo donde uno no va a buscar respuestas. Va simplemente a estar. A respirar. A recordar.

Hoy estuve ahí, en esa caleta al norte de Antofagasta. No hace falta decir su nombre. Los que la conocen lo saben: no hay más que atardeceres lentos, una costa que se pierde en sí misma, y el tiempo detenido como una oración que nadie interrumpe.

Aquí vive mi familia más cercana. No hay supermercados, ni apuros, ni relojes. La comida no es un problema y el aire lo dice todo. Hay algo en el silencio de este lugar que no necesita explicación. Algo que calma, que ordena, que devuelve.

Uno camina por estas piedras con la certeza de que nada crece aquí, y que justamente por eso, uno puede florecer por dentro. La energía se concentra en el mar, en los colores que el desierto inventa, en lo que no tiene nombre, en lo que no se repite.

Hoy fue un día extraño. No pasó nada, y sin embargo, todo estuvo presente. Recordé. Escuché voces que ya no están. Sentí la ausencia como se siente el viento en la cara: no se ve, pero te rodea. Me dieron ganas de abrazar a los que se fueron, pero también de dar gracias por los que siguen aquí, enteros, respirando conmigo.

Este no es un artículo, ni una bitácora. Es apenas un suspiro que alguien dejó escrito en la arena antes de que subiera la marea. No tiene forma, pero tiene verdad.

Hay días en que no se necesita más.

Solo estar.
Solo mar.
Solo memoria.

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