Entre el Aire y la Tierra es un manifiesto visual que emerge desde la reclusión, un puente entre la realidad carcelaria y la libertad simbólica. Creado por Nanda Yasoda en colaboración con ocho internas del Centro Penitenciario de Antofagasta, el mural captura la transformación interior de sus autoras, tejiendo una narrativa de resiliencia, anhelo y redención.
La figura central, una mujer suspendida en un espacio atemporal entre el cielo y la tierra, representa el tránsito hacia un estado de paz interior. Brota de la tierra como un símbolo de renacimiento, ligera y libre, mientras ocho aves diferentes la rodean, evocando la singularidad de cada colaboradora y sus aspiraciones personales. Este gesto colectivo, nacido del diálogo y la introspección durante semanas de taller, refleja un proceso de sanación y reconstrucción simbólica.


El contraste entre los tonos cálidos del fondo y el azul etéreo de la figura potencia la sensación de movimiento y dualidad, subrayando las tensiones entre la reclusión física y la libertad espiritual. La obra trasciende su carácter decorativo para convertirse en un espacio de expresión donde el arte se presenta como herramienta transformadora.
En un entorno delimitado por alambres y muros, Entre el Aire y la Tierra abre una ventana a las emociones y vivencias de mujeres cuyas historias son a menudo invisibilizadas. Este mural no solo es un testimonio de las complejidades del encierro, sino también un acto de resistencia y esperanza, un recordatorio de que incluso en los contextos más adversos, el arte puede crear espacios para imaginar futuros diferentes.
El proyecto fue posible gracias a la colaboración entre Gendarmería de Chile, la Secretaría Regional Ministerial de Justicia y Derechos Humanos, y otras instituciones locales, destacando el impacto del arte en contextos de privación de libertad.


