Me resulta difícil poner en palabras el desarrollo de mi trabajo, porque nunca ha sido parte de un plan pensado de antemano.
Mi camino ha sido más bien una respuesta a impulsos, a motivaciones que me llevaron a actuar, a participar en experiencias que, poco a poco, me fueron moldeando.
Trabajar es, para mí, una forma de sentir.
Un impulso que nace en el cuerpo antes que en la cabeza.
Lo que elaboro no responde a un programa conceptual; más bien, es un reconocimiento de la necesidad de explorar a lo largo de mi vida.
En mi trabajo en mosaico he querido intervenir el espacio público como una manera de abrir la calle a otras figuras que forman parte de la historia cultural de Antofagasta, especialmente mujeres como Lenka Franulic o Nelly Lemus.
Estar en el espacio público es una oportunidad de encuentro, de conversación en torno a las ideas y los imaginarios que compartimos.
También entiendo mi práctica como una forma de crecimiento y aprendizaje continuo.
He realizado numerosos talleres con personas de todas las edades, y actualmente llevo adelante un taller de cerámica con mujeres en La Chimba.
En 2023 viví una experiencia muy significativa trabajando con mujeres del Centro Penitenciario Femenino de Antofagasta, una vivencia que reforzó mi convicción sobre el poder transformador del arte.
Siento que crear es, en el fondo, un acto de amor.
Una práctica afectiva y concreta, donde, a través de las manos, descubrimos algo que nos conecta con el mundo y con quienes nos rodean.
No se trata de algo romántico, sino de un ejercicio primario y sencillo, como amasar el pan.
Finalmente, me impulsa el desafío constante de explorar la materia de distintas formas.
Por eso no me limito a un solo formato.
He trabajado en pintura, en escultura, y cada vez me interesa más la performance.
Son expresiones que surgen espontáneamente y que me permiten pisar la tierra desde otra sensibilidad.

